Por causa de la gloria
Dios desea derramar Su gloria en y sobre nosotros. Él anhela que impongamos manos sobre los enfermos y que veamos cómo sanan. Él quiere que echemos fuera demonios; que resucitemos muertos; Él desea que haya mucho de Su poder fluyendo a través de nuestro cuerpo mortal, a fin de que Él pueda realizar señales y maravillas por medio de nosotros. Ése es nuestro destino como hijos e hijas del Padre. No obstante, Él no puede cumplir a totalidad lo que desea, si no vivimos santificados, llevando una vida santa ante Él, y con nuestro corazón rendido por completo al Señor. Él no puede llevarlo a cabo si no le entregamos nuestra vida a Jesús y si no obedecemos sin reservas las instrucciones de Su Espíritu. Él no puede derramar sobre nosotros toda Su gloria si no nos sometemos al Señor al punto en que podamos confesar lo mismo que Jesús: «…he aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad…». Le aseguro que Dios tendrá un pueblo que expresará esa confesión antes de que Cristo vuelva. Este pueblo tendrá tanta hambre por Él y por Su gloria que alejarán de sus vidas cualquier estorbo. Será gente que ha escuchado y prestado atención a las palabras que Jesús le manifestó a Sus discípulos: «…si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará» (Marcos 8:34-35). He determinado en mi corazón, de forma definitiva, que seré una de esas personas. He decidido que viviré en este camino de santidad día a día, de modo que la gloria pueda reposar más sobre mí. Me he propuesto lograr que al llegar ante el Señor Jesús, Él me diga: Bien hecho, buen siervo fiel. Es como si viera ese día de continuo en mi corazón. Sé que se aproxima, y por ello no puedo rendirme ni renunciar. Debo seguir apartándome más y más para el Señor. Le insto a que hoy realice el mismo compromiso. No lo deje para otra ocasión porque el tiempo es muy corto; y Jesús viene pronto. Así que doble sus rodillas ante el Señor y confiese: Señor Jesús, hoy rindo ante Ti todo lo que tengo y todo lo que soy. Determino en mi corazón poner mi mirada en las cosas de arriba, y mediante el poder de Tu Espíritu mantengo mi carne crucificada; haciendo a un lado todo pecado y peso que me estorbe. Me dispongo a realizar Tu voluntad, Dios. Señor te pido que ilumines mi corazón, que me hables y me digas qué cambios debo efectuar en mi vida. En este momento, me preparo para escuchar y obedecer Tu voz. ¡En el nombre de Jesús, amén! Oseas 4-5; Salmos 119:145-176 Me niego a mí mismo, tomo mi cruz, y sigo a Jesús. Pierdo mi vida por causa de Él y por causa del evangelio; por tanto, seré salvo (Marcos 8:34-35).
Lecture conseillée: Mateo 25:14-30